27 de agosto de 2010

El orejudo

Solía hacer esas ocho cuadras caminando, caminaba las ocho cuadras que separaban la estación Ituzaingó de mi casa. Las andaba a pie, cada noche al volver del trabajo. Al bajar del tren ya comenzaba a intranquilizarme, a veces incluso antes, porque sabía que a la tercera calle me encontraría con el orejudo. No importaba a qué hora volviese, el orejudo estaría allí, en la esquina, esperándome. Era bravo ese negro orejudo.
Jamás me había mordido, pero existía la posibilidad de que lo hiciese. Lo cierto es que cuando me veía venir, me reconocía y me atacaba, gruñendo y mostrando los dientes. Arremetía con un odio salvaje y feroz que depositaba, entre resuellos y espumarajos, a escasos 15 centímetros de mis pies. Avanzaba y retrocedía, avanzaba y retrocedía, así, en oleadas crecientes. Las primeras veces traté de esquivarlo con movimientos calmos y seguros, ya que dicen que el temor los incita, que ellos sienten el olor del miedo. No hubo caso, cada noche seguía atacándome, así que comencé a realizar acciones defensivas más resueltas, a las que les fui agregando voces de amenaza y agitar de brazos. Cansado de aquella tortura, en cierta ocasión resolví tomar una piedra de un cantero antes de llegar a la esquina del orejudo. Cuando me atacó, se la arrojé, pero fallé. Salió disparado hacia la oscuridad, aún gruñendo y ladrando. Después de esa noche, decidí llevar siempre una piedra. Pasaba por la esquina ocultándola contra mi pecho, listo para tirársela, pero el orejudo parecía saber que yo escondía algo y no me atacaba. Era una solución, no sé si la mejor, pues no era muy digno andar transportando un cascote para defenderme de un perro.
Con la cabeza en otros problemas, una noche me olvidé de agarrar la piedra y el orejudo me atacó. Lo hizo con más saña, con mayor odio, como si hubiera intuido que no tenía un objeto para agredirlo, como demostrándome que él sabía que en todas las otras oportunidades yo lo había llevado oculto, cada noche. Resueltamente le grité como un desquiciado y levanté lo primero que vi en el piso para arrojárselo. Era un papel. Voló unos pocos centímetros por el impulso y luego cayó meciéndose como una pluma… en fin, como un papel. Pero esa noche se la juré al orejudo. Juré que lo mataría. Caminé las 5 cuadras que restaban para llegar a mi casa imaginando, con gran placer, cómo acabaría con él, disfrutando de antemano de su lenta agonía. A partir de ese momento, como si lo hubiera presentido, el orejudo dejó de atacarme. Pasaba frente a él con un adoquín en la mano, pero el perro apenas levantaba las cejas -dos arcos simétricos color té con leche sobre su cara negra- para mirarme, sin siquiera dignarse a mover la cabeza. Transcurrieron muchos días y nada sucedió, fueron en verdad muchos días. Se había resuelto por fin el entuerto, así que resolví no llevar más la piedra.
Esa misma noche el orejudo me atacó. Pero esta vez me agarró muy bien parado y fui veloz. La patada lo alcanzó entre el cuello y las patas delanteras. Recibió el golpe con desconcierto, no lo esperaba. Largó un aullido largo y después derrengó hacia la izquierda. No terminaba de caer ni podía mantenerse en pie, medio se arrastraba de lado y gemía lastimeramente. Otro perro vino a olfatearlo. La escena me apretó el alma. Lo había descubierto sin proponérmelo: No tenía el coraje para hacerle daño a un animal, menos aún al orejudo. No llegué a saber qué pasó después porque salí corriendo para no ver ni escuchar más.
Ahora vuelvo por otra calle, hago las diez cuadras todavía caminando.

14 comentarios:

  1. que hermoso relato Humberto, es tan sensible que me emocionó. Te mando un gran beso
    Stefi

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  2. UN GRANDE, NEGRO, VEO QUE ESTÁS POSTEANDO COSAS MÁS LARGAS, ESO ESTÁ BUENO PORQUE NOS DA LA POSIBILIDAD DE DISFRUTAR MÁS DE LO QUE HACÉS. SIEMPRE UN FIEL SEGUIDOR DE TU BLOG.
    CHRIS

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  3. Me pareció espectacular, tal vez yo no habría puesto la foto del perro para mantener un poco mas en suspenso que "el negro orejudo" es un perro. Una bella sutileza lo de 8 cuadras al comienzo y 10 cuadras al final, 1 genialidad.
    Ramiro

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  4. Es muy bueno el cuento, se ve que lo escribió un excelente observador de la realidad.
    Es casi lo que nos pasa a muchos con los perros desconocidos y lo que les pasa a ellos, pero con el encanto que vos le ponés. "Le grité como un desquiciado", es perfecto!! Hasta me lo puedo imaginar. (¡No a vos que no te gusta que te confundan con el personaje!). Y todo lo demás, la mezcla de miedo (piedra) con un cierto sentimiento de humanidad, cariño y culpa necesarios. La tensión del relato, el clima y el final inesperado me parecen perfectos.
    Me debés uno sobre los gatos, muchos escritores los veneran. Primero tenés que tener uno, ja, ja, no sé si te gustan los gatos. (Yo tengo una gatita que de indefensa no tiene nada).
    ¡Excelente!, me encantó Tu Orejudo, representante de millones de Orejudos.

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  5. Hola a todos: El texto anterior no tenía nada de cotidiano, pero el orejudo enfatiza la repetición de un hecho diario que se vuelve insoportable. Sin embargo los dos tienen en común un algo de trágico y angustiante que es una de las características del estilo de nuestro querido Humberto.
    Un placer visitar este blog.
    Ayelen T.

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  6. Creo que a primera vista impresiona simple, pero lindo.

    Ya me gusta cuando comienza, como con cierto balanceo, “Solía hacer esas ocho cuadras caminando, caminaba las ocho cuadras”.

    “el orejudo estaría allí… Era bravo ese negro orejudo…” y si no fuese sólo ese orejudo, el del relato, qué más podría ponerse allí, en ese lugar? Algo que arremete con un odio salvaje y feroz…

    Qué insistencia, obstinación y constancia… la de ambos! No?

    “Avanzaba y retrocedía, avanzaba y retrocedía, así, en oleadas crecientes” Admirablemente representado!

    Siento que con la frase: “dicen que el temor los ceba, que ellos sienten el olor del miedo” aparece como un lugar en el que el lector podría descansar en un decir usual, dentro de un relato, de un espacio donde habita más lo singular, que desconoce y no comanda.

    En ese recorrido-esquina aparece la piedra-solución, relativa, pero la piedra-obstáculo en ese camino no es el orejudo perro?

    “… levanté lo primero que vi en el piso para arrojárselo. Era un papel. Voló unos pocos centímetros por el impulso y luego cayó meciéndose como una pluma… en fin, como un papel.”
    Retrata bien el estado de perturbación. En parte te sentís tomado por su “desquiciado” y vivís su alteración, pero a la vez se te escapa una leve sonrisa, luego, casi compasiva, piedra-pluma...

    Me parece muy interesante todo el recorrido del Ataque y la Defensa…

    "La escena me apretó el alma" o "me estrujó el alma", creo que el lector puede sentir lo mismo...

    Pero aunque finalmente, lo atacó, hay un hallazgo, un descubrimiento, una solución? “… Yo no tenía el coraje para hacerle daño a un animal, menos aún al orejudo…”

    “… para no ver ni escuchar más” No llegamos a saber qué pasó con él, el orejudo… sólo sabemos que finalmente las ocho cuadras se hicieron diez… y las sigue caminando, las anda a pie…

    A segunda vista, no impresiona nada simple y me gusta, me encanta más que al principio…

    Besos a todos!

    Zinia.

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  7. GUAU (JEJE), ZINIA, QUE ANÁLISIS, ESTÁ COPADO QUE DIGAS LO QUE TE PARECE EL OREJUDO, YO TENÍA VERGÜENZA HASTA DE DECIR QUE ME GUSTÓ, EN SERIO LO DIGO PERO VOS ME ANIMASTE. HUMBERTO SOS MI GURÚ DE LOS FINES DE SEMANA, ME SIENTO A LEERTE Y DESPUÉS ME QUEDO PENSANDO TODA LA SEMANA. UN HONOR PARA MI SER UNA VISITANTE DE TU BLOG.
    DELFI

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  8. Excelente relato. Me impactó. Esos orejudos son bravos.
    Gracias por tu cariño y tu apoyo.
    Un beso y un abrazo,

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  9. lindo. Me pongo en protagonista de la historia cada vez que leo ... y no me imagino nunk haciendole daño a un perrito màs teniendo uno como el mio, por màs que te esuerces con la descripcion larga.

    Es increible que hermoso escribis.

    Te mando saludos Humbert

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  10. Qué tal Humberto? Un texto punzante, éste, punzante, lo que le pasa al protagonista creo que en alguna medida nos pasa a todos, esos circuitos que hacemos todos los días (caminar a casa, ir al kiosco, entrar al laburo, qué sé yo), todos esos trayectos casi siempre nos cruzan con un "perro orejudo", con ese elemento que molesta, que irrumpe, interrumpe, puede ser un perro, o una persona con la que nos llevamos mal, da igual, esa presencia incomoda, aunque sea un contacto efímero, uno tiene la piedra ahí, uno ya está alerta de antemano; hay un rasgo neurótico en la construcción del personaje, en su sobrevaloración del enfrentamiento con el perro, un rasgo muy verosímil, creo, yo por lo menos he llegado a caminar alguna que otra cuadra de más con tal de evitar un encuentro molesto, jeje.

    Saludos, maestro, lo sigo leyendo (gracias por el mensaje de aliento).

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  11. Lo cotidiano se hace novedoso por la forma que lo contás, la historia parece muy simple, pero sobre el final todo parece construido de una manera compleja. Creo que Zinia y Un desvarío lo dijeron todo con sus análisis, me resta decirte que a mi me gustó mu-chí-si-mo.
    Un beso enorme

    Sabri

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  12. Excelente el orejudo, doc, estaría bueno que postease alguna reflexión que hace mucho no sube. Un saludo. Marcos P.

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  13. Esta semana me la hizo difícil señor Dib. El texto no tiene grandes lujos y floreos, pero el tema es acertadísimo. Un tema simple contado con la experiencia del que ve la realidad desde su perspectiva de escritor, con palabras que intentan semejar la del común de las personas. Creo que en esto está lo mejor de su texto. Sin embargo, no es de los escritos suyos que más me llegaron, por eso esta semana va un 8 (ocho), siempre esperando que vuelva a lograr esos 10 que merecían textos como 'Alba' o 'El regalo inadecuado' u otros.
    Lo estaré leyendo la próxima semana y tendrá una nueva evaluación.
    Autor.

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  14. Hola:
    Humberto me parece que tu blog es uno de esos lugares a los que quiero entrar mas de una vez por semana, pensá si no querés postear otras cosas, no te parece?
    Un beso.
    Lilian

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