20 de junio de 2012

Fuerza de inercia


Cansado de cumplir con todo lo que le exigían, una mañana fue a sentarse a ese bar que siempre descalificaba sin saber por qué, ya que nunca había entrado. Con un whisky doble sobre la mesa y un bolígrafo en la mano, comenzó a hacer una lista detallada de todas las decisiones que había tomado en su vida. Por primera vez, comprendió que nada de lo que había hecho hasta entonces lo satisfacía, se sintió como uno de esos vehículos con caja de cambios automática: pisas el acelerador y avanza, aprietas el freno y se detiene. Fuerza de inercia, nada más. Era veterinario, pero quería ser chef. Vivía con su familia, pero deseaba estar solo. Tenía una novia que ya había comenzado a enviar las invitaciones para la fiesta de casamiento, y él ni siquiera sabía si la quería un poco. Estaba -seamos afectados- patidifuso.
Ya con algunos tragos encima, decidió que había llegado el momento de salir de la jaula (razonamiento muy lógico para un veterinario). Llegó a la conclusión de que a los 45 años ya no le quedaban demasiadas oportunidades, así que no lo pensó más...

Hoy ya no busca ser feliz -tampoco se trata de eso-, pero se siente muy a gusto: cocina gatos en su propio restaurante de Palermo Soho y tiene sexo con su perra. Por el momento no han pensado en tener cachorrillos.