Era la una de la tarde y hacía
un calor sofocante, solo las chicharras parecían disfrutarlo y nos lo hacían saber
tocando a toda orquesta su terco hit de cada verano. Íbamos caminando por el
borde del río, el sendero no era muy claro, estaba escondido entre pastos altos
y troncos derrengados o caídos por el constante embate del agua, pero sí se
notaba que varias personas ya lo habían transitado antes, seguramente buscando
alejarse de las zonas más concurridas, como el paseo público o las playas del
Club Náutico o las del Club de Pescadores. Lucila iba adelante, llevaba un
bolso con el mate, galletitas, una lona, el celular, unos parlantes bluetooth y
otras cosas más para pasar toda la tarde; yo venía un metro atrás con las cañas
en una mano y la caja con los elementos de pesca en la otra, un poco distraído
y ansioso por llegar a un lugar raso y lanzar la línea al agua para sacar un
dorado, un surubí o, en fin, cualquier otra cosa que no fuera un bagre mugroso.
De repente, Lucila se detuvo de golpe y pegó un grito, soltó el bolso y abrió los
brazos hacia atrás para detenerme. Qué pasa, le pregunté; una yarará, me
respondió, tené cuidado porque estas te matan, agregó, y comenzó a retroceder con
mucha cautela. Una yarará, le dije, irónico, debe ser una culebrita, las
yararás aparecen en los cuentos de Horacio Quiroga, no en la vida real; pero
Lucila era de San Pedro, cómo iba a confundir una culebra inofensiva con una
yarará, o aun, cómo podía contradecirla yo, que soy un citadino inexperto que
solo opina porque vio programas sobre gatos obesos o perros culeros en Animal Planet. Dejame pasar que voy y te
la saco de en medio enseguida, le dije, tratando de mostrar una valentía que surge
apenas en los primeros tiempos de una relación; vos estás loco, nene, es una
yarará de la cruz, me advirtió Lucila; pero yo ya había agarrado un palo del
piso y arremetía contra la bicha lanzándole golpes de costado, mientras ella,
alternadamente, se anidaba en el centro de su cuerpo y luego levantaba la
cabeza y la bamboleaba, amenazadora, haciendo flamear esa lengua bífida y rosada
que me daba más miedo que ninguna otra cosa. Lancé muchos golpes, quince, veinte,
de un lado y del otro, pero creo que habré acertado tres, a juzgar por el ruido
seco que hizo la punta del palo. Sí, no le di más de tres golpes, sin embargo,
fueron suficientes como para dejar a la víbora debatiéndose entre la vida y la
muerte. Se contorsionaba, se levantaba y caía, se enroscaba en sí misma, soltaba
un silbido agudo que podía ser de rata, de pájaro o, no sé, de cualquier ser fantástico,
de esos que en su interior albergan mil muertes. Nosotros mirábamos a la víbora
con una mezcla de susto y sorpresa de que todavía no se hubiera muerto, porque
los pocos golpes que le había dado habían sido muy duros. El tiempo pasaba y la
yarará seguía con sus movimientos desesperados, pero de súbito se quedó quieta,
como si en una fracción de segundo lo hubiera entendido todo, entonces se irguió
lentamente, desafiante, soberbia, conocedora de su poder letal. Con Lucila retrocedimos
dos pasos, todavía tomados de la mano, listos para esquivar el ataque inminente,
pero la bicha se echó bien hacia atrás y entonces sí, se volvió jichi, basilisco,
hidra, dragón..., soltó un silbido escalofriante, abrió la boca y atacó su
propio cuerpo. Lo mordió con un odio tan feroz que me puso los pelos de punta.
Después de morderse, habrá dado dos sacudidas rápidas y enseguida su cuerpo se ablandó.
Ya incapaz de hacerle daño al ser insignificante que la había herido de manera tan
boba, se mató a sí misma. Miré a Lucila, le solté la mano y me acerqué al
animal. Vos estás loco en serio, esperá un poco, me hacés el favor, me gritó;
pero yo no pude evitar ir a mirar a la bicha bien de cerca, directo a los ojos,
porque sonreían, lo juro, aunque yo no tengo la seguridad de que los ojos de
una yarará puedan sonreír.
Estimados amigos, después de mucho tiempo vuelvo al ruedo con un texto en el que intento reproducir el lenguaje característico (y una situación, por qué no) de la zona del litoral de la Provincia de Buenos Aires, espero haberlo conseguido.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Humberto.
bienvenido nuevamente humberto.
ResponderEliminarla bicha no te quiso dar la satisfacción de acabar con ella.
un "conmigo no pueden" quizás.
Muchas gracias, F, espero que esta vez sea para quedarme un poco más, jaja.
EliminarUn abrazo.
Se le echaba de menos, amigo.
ResponderEliminarQue bonito suena el lenguaje de ustedes desde mañilandia a este lado del charco.
Abrazos
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarDicen que lo que viene desde afuera siempre suena mejor, no sé.
Un abrazo.
Menuda bicha, esa yarará, arrojo tenía, ni quiso darte el gozo de que muriera en tus manos, la actitud de un gladiador/ra...Bienvenido de nuevo, yo tambíen he estado alejada de este mundo algún tiempo.
ResponderEliminarDe nuevo vuelvo encantada con la historia que nos has regalado.
Feliz día Humberto.
Un abrazo.
Muchas gracias por tu visita y comentario, Carmen.
EliminarUn abrazo grande.
Muy valiente el prota ante tamaña bicha, que opta por el suicidio, ante su poca capacidad para rematar la faena. :)
ResponderEliminarBienvenido al mundo bloguero. Me alegra mucho tu reincorporación.
Un abrazo.
Hola, Alfred.
EliminarMe reincorporo y voy a intentar estar más presente, amigo.
Muchas gracias por tu presencia.
Qué buena historia!!.
ResponderEliminarBienvenido de nuevo. Un placer volver a léete.
Un abrazo.
Muchas gracias, Amalia.
EliminarMe alegra volver a encontrar amigos.
Un fuerte abrazo.
Qué buena historia!!.
ResponderEliminarBienvenido de nuevo. Un placer volver a léete.
Un abrazo.
Me alegro de volver a leerte Humberto. La historia es estupenda y como siempre con un final sorprendente.
ResponderEliminarMe ha encantado ver el nombre de mi madre, se estila poco por aquí. Le mandaría el relato pero no está para leer ni tan siquiera escuchar.
Un abrazo
Me alegra por lo del nombre y me apena la realidad, Fernando.
EliminarUn abrazo fuerte y gracias por venir.
Que bien que volviste.
ResponderEliminarY con un buen relato. Creo que conseguiste lo que te proponías.
La yarará tuvo una actitud épica.
Saudos
Muchas gracias, mi estimado demiurgo, espero ser más constante.
EliminarUn fuerte abrazo.
Es una alegría volverte a ver por aquí, me ha encantado la historia, al final la yarará probó de su propia medicina.
ResponderEliminarUn abrazo grande Humberto.
Pero la probó por decisión propia, digamos.
EliminarUn beso grande, mi querida.
Empezó muy bien. Esa transformación inverosímil son los miedos tras acometer la matanza. Imagino.
ResponderEliminarUn gusto volver a leerte. Yo ante una culebra supongo que la esquivaríae Un fuerte abrazo
Empezó bien y terminó mal, tal vez. jaja.
EliminarMejor ir por otro camino, aunque muchas veces no podamos.
Un beso grande. Albada.
Has regresado, amigo Humberto, con un muy buen relato que, sin muchos rodeos o artificios, logra despertar el interés en el lector.
ResponderEliminarDe nuevo el ser humano en el centro de la barbarie y lo de la yarará, con su autodestrucción, me parece que es la lección más dramática para que el ser humano, ya ante el horror de la tragedia inútil que ocasionó, se de cuenta de que debe controlar sus impulsos cavernarios y aprender a entrar en armonía con el medio que le rodea. Bueno, espero no estar "meando fuera del tiesto".
Bienvenido, nuevamente, al mundo del blog.
Sabes, Gustavo, que un texto da para muchas interpretaciones. No creo que estés meando fuera del tiesto, pero seguro que tu tiesto es diferente al mío. Me gusta que la Literatura permita estas diferentes vertientes.
EliminarUn fuerte abrazo.
Explotas en el cuento, el pavor que causa, casi en todo el mundo las serpientes, más si estas son venenosas. Creo que vas directo a esa fobia, que lleva a desembarazarnos de ellas, las serpientes ponzoñosas con una saña. Vas el terror natural, para lograr este cuentos, con los cierres que les sabes dar, donde cabe una reflexión. Un abrazo.
ResponderEliminarCarlos
Me alegra que te haya parecido un relato que tiene objetivos muy precisos, aunque haya otros más ocultos que solo llegan al que lo escribió.
EliminarEs un placer volver a verte por aquí, Carlos.
Cuánto tiempo, Humberto. Éramos jóvenes. Desde luego el gancho no lo has perdido. Y además con un relato sencillo, a pecho descubierto, sin trampa ni cartón, que son los más difíciles para epatar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Éramos muy jóvenes, jaja.
EliminarMira, me parecía un texto tan simple que hasta dudé de subirlo, pero después me dije que todos, incluso los textos, merecen una oportunidad.
Muchas gracias por el comentario.
me ha dado mucha pena el final de la víbora. este pirata la hubiera esquivado.
ResponderEliminarasí son los textos, despertarán sentimientos diferentes en cada lector.
un abrazo.
Mi estimado pirata, me alegra verlo por aquí, ojalá usted también le haya encontrado un sentido.
EliminarUn fuerte abrazo.
I hope it too.
ResponderEliminarThanks
Magnífico. Las serpientes aunque parezca que están fuera la mayoría de las veces son internas y nos aprietan y aprietan. Un abrazo
ResponderEliminarAmigo Pedro, es muy cierto, hay de los dos tipos de serpientes, pero no hay dudas que las internas son más feroces.
EliminarBuena lectura.
Un abrazo fuerte.
¡Cuánto me alegra volver a leerte! El relato me recordó a una vez que casi me muerde una crucera. Pero no la maté con un palo ni se rio de mí... Besotes!!
ResponderEliminar¡Pues sí que tuviste suerte!
EliminarUn beso grande y gracias por la visita.
Eu tenho muito medo de cobras, mas com a sua descrição fiquei com pena da bicha. Há um insecto, penso que é o escorpião que também se mata a ele mesmo.
ResponderEliminarBeijinhos Umber ❤
Sinto respeito pelos bichos que têm essa opção!
EliminarUm grande beijo, minha querida.
Quien a hierro mata a hierro muere, eso creo que viene a decirnos tan sutilmente tu cuento. Es lo bueno que tiene la literatura, que cada uno le saca su chispa.
ResponderEliminarEncantada de volver a leerte, querido escritor y amigo.
Un beso enorme.
Muchas gracias por tus palabras cariñosas, Marián.
EliminarUn beso grande.
Qué valiente Lucila!
ResponderEliminarYo aunque lo quiera mucho a este chico...cinco pasos para atrás y huyo rápidamente.
Bienvenido otra vez al maravilloso mundo de Blogger.
Espero que se quede un rato al menos, hace falta.
Besos.
Mi querida Dana, tu comentario había caído en la caja de spam, qué idiota puede ser el sistema.
EliminarUn rato voy a quedarme, andaba con muchas ganas.
Un beso grande.
Spam? Cuanta maldad?!
Eliminarjaja
Supongo que Simone se ha marchado definitivamante en su maravilloso coche...Veo con placer que no te has quedado inconsolable y me alegro de tu encuentro con Lucila.
ResponderEliminarQue leccion os ha dado la magnifica vibora !
La lección de la víbora es lo que más me ha impactado a mí también.
EliminarUn abrazo grande, mi querida Manouche.
Impensadamente ( bueno, quizá adrede) el animal logró que el miedo te acompañe por largo tiempo. No te vas a borrar esa "sonrisa". Me imaginé que habías "regresado". Un placer y un abrazo, querido amigo.
ResponderEliminarSe dice La Bicha, jaja.
EliminarUn fuerte abrazo, Dany.
Había oido hablar de la temible yarará. Me gusta que le hayas aportado un toque fantástico como el basilísco o la "Draga" del lago de Banyoles, nuestro "Nessie" local.
ResponderEliminarSaludos, Humberto!
Borgo.
Yarará es un nombre muy autóctono, me imagino que de origen guaraní.
EliminarNadie me habló de la Draga, es una falla de mis amigos de aquello lares.
Un abrazo grande, Borgo.
Apareciste al fin! Te doy la re-bienvenida a estos lares, tiempos largos han pasado antes de volver a leerte, espero hayas regresado para quedarte.
ResponderEliminarPor un lado quisiera que esta narración sea un simple relato imaginario y no una anécdota real, ya que, siendo muy honesta contigo, considero que lo mejor habría sido tomar otra ruta en vez de la vida de otro ser. De todas formas es emocionante y.. atemorizante también.
Un saludo. Espero que no hayan más víboras en tu vida jajaj.
Muchas gracias por la bienvenida.
EliminarHay elementos de la vida real, claro, pero no es una anécdota real, yo escribo ficción, las confesiones íntimas me sientan muy mal, jaja.
Alguna debe haber.
Un abrazo grande.
¡Qué alegría tu vuelta! Además hace poco terminé de leer tu libro "Ecos de la nada" que lo tenía pendiente hace mucho. Me encantó. Al igual que el texto que nos traes hoy. Tienes un estilo único e inconfundible. Besos
ResponderEliminarMuchas gracias por tu opinión del libro y de este relato.
EliminarUn beso grande.
Terveiset Suomesta :) - Suvi -
ResponderEliminarhttp://suvinvalokuvauspaivakirja.blogspot.fi
¡Se te extrañaba! Como siempre, inigualable estilo... belleza al leer
ResponderEliminar¡Que gusto volver a leerte estimado amigo!
ResponderEliminarTe enroscas en un relato que atrapa. Para quienes conocemos el entorno de estos ofidios vemos visos de realidad, aún cuando tu magia le da ese toque tan característico.
Te salió redondito! Felicitaciones y una sonrisa bífida.
Gracias por volver...
Es verdad, vos sabés de río, Luis, y me imagino que algo de víboras también.
EliminarUn abrazo muy grande y gracias.
Es un relato muy visual y con un lenguaje muy rico, enhorabuena. Muy bien representado ese inconciente que para impresionar a la chica se enfrenta al animal, cuántas veces en la vida nos tenemos que enfrentar a bichos. Y la yarará muy digna, autoinmolarse ante la pérdida. Múltiples lecturas para la vida real. Bienvenido, amigo
ResponderEliminarYo creo que la vida real tiene múltiples lecturas, Javier, pero no todos las leemos, sea por pereza, miedo o lo que fuere.
EliminarUn fuerte abrazo, querido amigo.
Me ha encantado leerte de nuevo. Espero estés bien.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Humberto, un placer volver a leerte, espero que lleguen más relatos con el tiempo.
ResponderEliminar¡Un abrazote! ^_^
Hoooolaaa! cuantísimo tiempo sin leerte/verte por estos lares, bueno ( debo confesarte que también yo me he ausentado y sigo en modo intermitente ; ) sea como sea una enorme alegría comprobar que los buenos sobreviven a la ferocidad de Twitter y sus insufribles 140 caracteres; )
ResponderEliminarTu final del relato me ha recordado la honorabilidad de los samuráis jaja vamos que la víbora esta murió con el mismo arrojo que los bravos guerreros nipones, ahora bien tienes razón, cómo se nota que en los inicios de una relación ni se mide le peligro ni el tamaño de los colmillos de una víbora ; )
Enhorabuena como siempre , gracias por seguir estando y muchos besos mi querido HUMBERTO!
Por cierto que ha sonado a argentino de pura cepa jaja ( no distingo los acentos argentinos pero este texto ... lo és, palabra de medio gallega ; )
EliminarHola Humberto!!!!!!
ResponderEliminarMe alegra mucho leerte de nuevo y con una historia, que bien podría haber sucedido. Muy valiente por su parte, enfrentarse a la víbora delante de su chica, aunque inconsciente por su peligrosidad, pero todo vale para parecer controlar la situación.
Creo que midió su situación y decidió darse muerte ella misma, ante el acoso recibido.
Un fuerte abrazo con mi cariño!!!!!!
Boa tarde Humberto!
ResponderEliminarFaz tanto tempo que não passava aqui. Estive fazendo uma pausa, e acabei demorando um pouco mais. Pelo jeito você também esteve ausente.
A história é muito bem construída. Gostei de ler.
Um abraço e um sorriso.
Boa semana!
Todo lo que se arrastra me da terror, me ha gustado mucho este cuento Humberto!
ResponderEliminarTenía su orgullo la yarará, prefirió quitarse su propia vida antes que lo hiciera otro.
ResponderEliminarHola querido Humberto, me ha encantado tu relato, me he visto en la escena, caminando por el borde del río esperando encontrar un buen lugar de pesca y relax, madre mía y aparece esa bicha.
Gracias amigo por compartir tan bello y emocionante relato.
Abrazos.
Lola
hola Humberto, excelente relato, concluyendo con el harakiri de la víbora , excelente , nunca me lo hubiera imaginado, saludos y bienvenido nuevamente
ResponderEliminarMe alegra el suicidio de la bicha, rebelarse ante la injusticia de la violencia no más por su naturaleza venenosa. Una alegría leerte de nuevo.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Humberto me encantaron tus escritos!! Te comparto los míos por si quieres pasarte, y si me das algún consejo que soy nuevo en esto te lo agradecería! https://deliriosdeunpensador.blogspot.com.ar/
ResponderEliminarSaludos!
Hola Humberto buenos días muy interesante tu historia ya ves un golpe seco en la cabeza ella moriría al instante, jaja otra vez que te pase por casualidad haz eso todas las serpientes y bichas la muerte la tienen ahí asi que no hagas eso mas jajaja feliz dia me voy con la sonrisa aunque tu valentía sacó de apuro a tu chica besitosssssss
ResponderEliminarGenial relato, Humberto. Es un placer leerte. Un saludo.
ResponderEliminarMenudo brete para esos dos...magnífico para el autor.
ResponderEliminarBesos.
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