Otra y la misma

Eran las 4:30 de la mañana, o al menos eso indicaba el Casio PQ-12 desde la mesa de noche. Hacía, por lo menos, dos horas y media que intentaba conciliar el sueño, sin éxito alguno. Las preocupaciones ya se habían colado entre mis sábanas y no sería fácil echarlas. Me erguí en la cama y la vi. Me sorprendió. Allí estaba, a mi derecha, como todas las noches; respiraba lenta, pesadamente; los músculos de su rostro estaban tan relajados que me pareció otra mujer, ni más linda ni más fea, otra, una mujer que se esconde dentro de la que veo durante el día. De la calle me llegaban los sonidos de las criaturas nocherniegas: risas, gritos, vidrios rotos, tiros, llantos, sirenas… Stop. Volví a mirarla para refugiarme, se había puesto de costado y ahora volvía a ser la misma. Otra y la misma: Nada más importaba. Me emocionó saber que en ella se cristalizaba todo el amor que había sentido en mi vida… y mucho más.