¡Qué bien bailás, mi amor!

Creo que todos tenemos una idea concreta de cómo es nuestra persona ideal. No nos queda muy claro por qué es ésa y no otra, me refiero a que no es posible evaluar todos y cada uno de los factores concientes e inconcientes que nos llevan a que nos guste una y no otra. De hecho sería una desilusión entender por qué. Lo que sí sabemos es que podríamos estar con el ser más bueno, más bello, más dulce y más sincero de este planeta y, sin embargo, nos seguiría a todos lados el espectro de nuestra persona ideal, una imagen que no conseguiríamos borrrar con facilidad. Aún casados, noviando, en pareja, como amantes; traicionamos con el pensamiento. Que nadie lo dude, somos embusteros de la peor calaña, porque cuando nos preguntan -primer error: preguntar eso- decimos convencidos "sí, te amo" -segundo error y mucho más grave-, al sujeto que nos acompaña y que no fue ni es ni será, con la simpleza con la que destaparíamos una lata de gaseosa, mientras pensamos en cómo, con esa fuerza que sólo puede venir de las entrañas, se lo gritaríamos en la cara a nuestra persona ideal.