Un Edipo bien resuelto

Toda historia se finge verdad y toda verdad aspira a quedar en la historia, pero hoy la palabra es como el humo, demasiado liviana para poder agarrarse a la realidad. Así y todo hay hechos que soñaron con ser palabras, perfumes huyendo de este mundo...


Parecía una parejita confiable, sin embargo, ambos tenían por costumbre robar libros de las librerías de la avenida Corrientes. Una o dos veces por semana, salían a hacer su recorrida y volvían a casa con algunos ejemplares nuevos. Robaban por el mero placer de tener más libros para leer.

A pesar de que lo hacían en todos los negocios, habían tomado de punto a la librería Edipo, próxima al Paseo La Plaza. Después de innumerables visitas -ésa era una de las tácticas, como también comprar alguna que otra obra-, el encargado y los empleados ya les tenían confianza y los dejaban husmear sin prestarles mayor atención. Como es bien sabido, la confianza mata al hombre así como la curiosidad al gato.

El invierno era su fuerte, pues podían esconderse los libros debajo de las camperas o sacos, donde los introducían con movimientos precisos y rápidos. Una de esas noches de invierno, se sintieron particularmente osados como para romper su marca de 7 libros entre los dos. Edipo era el objetivo.

Recorrieron las estanterías con fingido interés por dos horas; él había logrado escabullirse 6 o 7, repartidos entre los bolsillos o sostenidos por el cinturón; ella, que no quería ser menos, se había guardado más de la cuenta y los libros comenzaron a deslizarse por dentro de su ropa como criaturas alienígenas que hubieran tomado el control de su cuerpo. Desesperada comenzó a sostenerlos como podía, agarrándose el estómago y haciendo movimientos convulsivos. Nadie en la librería podía mantenerse al margen de tan floridas sacudidas espásticas. Ya sin mucha posibilidad, le dijo al encargado que estaba descompuesta y que necesitaba ir con urgencia al baño. El hombre, muy amablemente, le ofreció el lavabo de los empleados. Allí pudo acomodarse con precariedad los libros semovientes. Abandonó el cuchitril apurada y encaró hacia la calle, saludando con vergüenza, mientras apretaba las piernas al caminar. Así logró salir del lugar. Sí, airosa, pero al precio de quedar como que se había desgraciado en su ropa interior. Él la esperaba fuera, matándose de risa.
En un banco del Paseo La Plaza descargaron el botín: entre los dos contaron 12 libros. Convinieron que ése sería su récord. Definitivamente.